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Aceite de pescado (30%EPA/20%DHA)

Los ácidos grasos poliinsaturados Omega-3 son componentes que obtenemos de la dieta y que participan en multitud de procesos fisiológicos, cumplen una función de estructura de las membranas celulares y nuestro organismo no puede producirlos, dependen de la ingesta, por eso se denominan esenciales, el ser humano carece de la maquinaria enzimática necesaria para producirlos, por ello insistimos en la necesidad de tomarlos en la dieta.

Usando modelos animales se ha podido demostrar que la ausencia de ácidos omega-3 está asociada a procesos inflamatorios diversos y al desarrollo precario de neuronas en pacientes humanos con depresión. Se reconocen también efectos benéficos de los ácidos omega-3 sobre enfermedades cardiovasculares como hipertensión o isquemia.
Los aspectos bioquímicos estructurales de regulación y en relación con la salud, involucrados con estos componentes lipídicos cuyo estudio en la actualidad ha cobrado relevancia.

En las sociedades modernas consumimos gran cantidad de Omega-6 y muy poca de Omega-3, este desequilibrio esta relacionado con mayores tasas de patología cardiovascular y otras enfermedades inflamatorias.
Cada célula de nuestro organismo forma señales lipídicas a partir de los eicosanoides, siendo estos los mensajeros y reguladores lipídicos de la inflamación. La inflamación es un proceso primario de nuestra inmunidad, por eso necesitamos moléculas inflamatorias (Omega-6) e inhibitorias de la inflamación (Omega-3). Pero si nuestro consumo es deficitario en Omega-3 tendremos una inflamación de bajo grado persistente.

A principios del año 2000 equipos de investigación de Harvard descubrieron que los ácidos grasos omega-3 (EPA/DHA) se transforman en potentes señales lipídicas antiinflamatorias, neuroprotectoras y proresolutivas llamadas protectinas y resolvinas, ambas derivadas de EPA y de DHA. Estos potentes ácidos grasos compensan las señales proinflamatorias, contienen la activación de leucocitos y promueven la resolución del proceso inflamatorio, también los ácidos grasos Omega-3 en la dieta aportan efectos protectores que aseguran una inflamación saludable y son realizados a través de la acción de las protectinas y resolvinas derivadas de EPA y DHA.

El ácido docosahexaenoico (DHA) ha sido el único ácido graso omega-3 utilizado como componente estructural y funcional importante de los fotorreceptores, las neuronas y sus sinapsis de señalización a lo largo de los 600 millones de años de evolución animal. Esto ocurre así a pesar de que existen moléculas similares como el ácido docosapentaenoico (DPA), que difieren del DHA en un solo doble enlace.

Esta es una de las muchas razones de peso que destacan la absoluta necesidad del DHA para el cerebro humano.
La pregunta que surge es cómo se pueden satisfacer las necesidades de DHA en el cerebro.
El DHA puede ser sintetizado a partir del ácido α-linolénico (ALA) (Brenna et al., 2009), pero el proceso parece ser muy poco eficiente. Los datos obtenidos en experimentos con primates y roedores demuestran que el DHA de la dieta se utiliza con un orden de rendimiento de magnitud mayor para el crecimiento del cerebro en comparación con la síntesis endógena a partir de ALA (Crawford et al., 1976), que es probable que represente una ventaja durante el crecimiento y mantenimiento.

Es lógico suponer que la prioridad en el desarrollo humano está en el cerebro. Sobre la base de la composición del cerebro de unas 30 especies de mamíferos (Crawford et al., 1976), se puede argumentar que el balance objetivo de PUFA (ácidos grasos poliinsaturados) omega-6 a omega-3 en la dieta debería ser entre 2:1 y 1:1.
El sistema neural se desarrolla ampliamente durante el período prenatal y los primeros años de vida (Dobbing, 1972) y está influenciado por varias consideraciones multigeneracionales. Hay pruebas convincentes de que los hitos del desarrollo neural determinan la capacidad funcional del cerebro a largo plazo. Una vez rebasados los hitos del cerebro, puede ser demasiado tarde para intervenir con PUFA en trastornos neurológicos/neuropsicológicos tales como la depresión y el trastorno bipolar, el estado de ánimo y la cognición, la enfermedad de Alzheimer, la degeneración macular asociada a la edad, la esquizofrenia y la enfermedad de Huntington.

En vista de la creciente carga que representan los trastornos cerebrales, se hace necesario dirigir la producción de alimentos para que éstos estén en línea con los requisitos del cerebro y del sistema vascular y para gozar de una buena salud en general. Las necesidades futuras de la creciente población humana no se pueden satisfacer con una captura de pesca cada vez menor. Además, es muy poco probable que esa necesidad la cubran los productos terrestres, ya que no tienen el complemento completo de nutrientes esenciales que se encuentran en el pescado y el marisco (yodo, ácidos grasos omega-3, selenio, etc.)

Recientemente se han identificado varias familias nuevas de mediadores lipídicos bioactivos que juegan un papel clave en la resolución de la inflamación. Sorprendentemente, las dos familias más importantes de estos mediadores, conocidas como resolvinas y protectinas, provienen de los ácidos grasos omega-3 EPA y DHA (Serhan et al., 2008). Estos compuestos han despertado un enorme interés por su alta bioactividad y su posible participación en la mayoría de los efectos beneficiosos atribuidos a los ácidos grasos omega-3. En la actualidad, ya se han caracterizado las estructuras moleculares de varias de estas moléculas, entre las que destacan resolvina E1 y protectina D1 (Arita et al., 2005a; Serhan et al., 2006), y algunos de sus mecanismos de acción en varios modelos experimentales de daño, como colitis experimental, peritonitis, daño por isquemia/reperfusión y daño en la córnea, en los que han demostrado su potente acción protectora (Arita et al., 2005a; Arita et al., 2005b; Marcheselli et al., 2003; Gronert et al., 2005).